Un precepto legal bien conocido es que el desconocimiento de la ley no exime de cumplirla. Si la ley dice que no puedo robar la gallina del vecino, y yo vengo de una civilización (como algunas tribus primitivas) donde existe la comunidad de bienes, y me como la gallina del vecino, seré culpado (y condenado) como ladrón. El delito existe.
A lo sumo, podrá considerarse como atenuante mi desconocimiento cultural. En el caso del fraude científico, no existe delito si no hay intencionalidad. Si publico en una revista científica algo que no se corresponde con la realidad, pero creo que es correcto sobre la base de mi preparación previa (por ejemplo, porque cumple con los postulados hannemanianos de la homeopatía), podrán decirme que soy un inepto, o un ignorante, o un chapucero, pero no que soy un falsario de la ciencia. Se volverá sobre el tema al hablar de una de las pseudociencias enquistada en el corpus científico legítimo, la homeopatía.
Por otro lado, la transformación de una pseudociencia en ciencia no es lineal. Hay regresiones, que son más graves porque sus cultores no pueden alegar ignorancia. Provienen, al menos los iniciadores del desaguisado, de un ambiente científico.
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